La patria son los amigos y los recuerdos, por eso me atrevería a decir que mi patria es Carles Amill y también las calles de Reus. Recordar es siempre moverse en el filo de un cuchillo afilado, sabiendo que a ambos lados siempre hay sensaciones contradictorias. Por un lado me hace feliz pensar que su recuerdo sigue vivo y que sus obras se pueden exponer 20 años después de su muerte y tener la misma fuerza y la misma capacidad de fascinación que entonces, prueba irrefutable de su genialidad artística; por otro, me entristece pensar con todo lo que hubiera podido hacer de seguir entre nosotros. Quién sabe, quizá ese ticket de 2,50 dólares de la avenida de Broadway rodeado de rojo de nuestro "Pintallavis", ahora podría ser un ticket de la Confitería Padreny que reflejara la compra de un buen plato de “Menjablanc” y que después podríamos caminar por la calle del Hospital comentando cuatro cosas, maquinando mil planes y riendo de cien tonterías improvisadas.
Dulcia son cuadros pequeños, delicados presencias casi monocolores que respiran brillo y potencia, que son recortes de genio y expresiones genuinas y puras de aquella sinuosa creatividad que nos cautivó para siempre. El tiempo lo pinta todo con una nostalgia complicada de asimilar y dura de digerir pero, sin embargo, no hay nada comparable a unificar bajo un mismo techo dos realidades sólidas e incontestables, la pintura viva de Carles Amill y la contundencia de aquella dulzura añorada, de los roscones del domingo o de los “xuixos” (xuts) de la hora de la merienda. Todo sensaciones que hacen vivir, pequeñas maravillas que alimentan al cuerpo y el espíritu, que permiten que el corazón siga latiendo, que construyen las fronteras precisas y siempre delicadas de esa patria particular que es la mía y, quién sabe, quizá también la suya.
Jordi Cervera i Nogués
Enero 2024
"El arte es como el enamoramiento".
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